Debido a
nuestra resistencia al cambio solo nos atrevemos a cuestionar nuestra manera de
entender la vida cuando llegamos a una saturación de malestar. Tanto es así,
que el sufrimiento es el estilo más común de aprendizaje entre los seres
humanos. Es la antesala de la denominada crisis existencial, un proceso
psicológico que remueve los cimientos sobre los que se asientan nuestras
creencias y nuestros valores, posibilitando nuestra evolución personal.
La
función biológica del sufrimiento es hacernos sentir que nuestro sistema de
creencias es ineficiente, y por lo tanto, está obstaculizando nuestra capacidad
de vivir en plenitud. Es por eso que la adversidad y el sufrimiento nos
conectan con la necesidad de cambio y evolución. Es decir, con la honestidad,
la humildad y el coraje de ir más allá de las limitaciones con las que hemos
sido condicionados por la sociedad para seguir nuestro propio camino en la
vida.
Por eso
se dice que las “crisis existenciales” son la mejor oportunidad que nos brinda
la vida para dejar de engañarnos y salir de la zona de comodidad en la que
llevamos años instalados.
Y estas
crisis no tienen nada que ver con la edad, la cultura ni la posición social. De
hecho, están latentes en cualquier persona que no se sienta verdaderamente
feliz ni satisfecha con su existencia. De ahí que en realidad sean una
maravillosa ocasión para atreverse a crecer, cambiar, evolucionar y, en
definitiva, a empezar a responsabilizarnos de nuestra propia vida, de nuestras
decisiones y de los resultados derivados de estas.
A esto se le llama madurez, la cual no tiene que ver con la edad física sino con la edad psicológica: la verdadera experiencia nace del aprendizaje y transformación, no de los años vividos.
No se
trata de cambiar lo externo, que escapa a nuestro control, sino de transformar
lo interno, que sí está a nuestro alcance.
El mayor obstáculo que nos impide evolucionar es quedarnos anclados en el papel de víctima. Y a pesar de ser totalmente ineficiente el victimizarnos es la filosofía dominante en nuestra sociedad.
El mayor obstáculo que nos impide evolucionar es quedarnos anclados en el papel de víctima. Y a pesar de ser totalmente ineficiente el victimizarnos es la filosofía dominante en nuestra sociedad.
Lo cierto
es que para algunas personas es demasiado doloroso reconocer que son ellas
mismas las responsables de lo que experimentan en su interior, así como de la
forma en que están gestionando su vida. Por eso es tan común el miedo a mirar
hacia dentro, así como la búsqueda constante de evasión, narcotización y
entretenimiento con la que llenar desesperadamente el vacío existencial.
A pesar
de no llevar una existencia plena, para muchas personas es superior el miedo al
cambio que la necesidad de conectar con la confianza y el coraje que les
permitirán salir de su zona de comodidad. Así, sólo cuando sienten que han
tocado fondo y que no pueden continuar como hasta ahora, se plantearán un
cambio de paradigma que les permitirá pegar el salto desde la victimización a
la asunción de la responsabilidad de su vida.