
A medida que transcurre la vida, el ser humano atraviesa diversas etapas niñez, adolescencia, adultez en forma sistemática y cada una de ella va dejando huellas, psíquicas y físicas.
La clave en esta secuencia se halla en el paso del tiempo, variable central de todos nuestros cambios en la vida. Nuestro organismo es una compleja maquinaria de relojería, responsable del ciclo de funciones tales como, sístole-diástole, inspiración/expiración, sueño/vigilia, peristaltismo intestinal, menstruaciones, hibernaciones y demás.
Sin embargo, el organismo solo “mide” el tiempo, pero no lo crea ni lo explica.
El tiempo es implacable, parecería caminar lento, pero cuando nos damos cuenta, se nos ha pasado la vida, el tiempo voló y nuestro espacio de vida, se fue para siempre.
Los chinos dicen que el secreto de la victoria es saber de antemano, esto es, en la vida hay que prever o lo que es lo mismo, ver antes de que ocurran los hechos. Si nos entrenaran desde niños en este arte, estoy segura, nos ahorraríamos muchos problemas en la vida.
La forma de medir el tiempo varía de acuerdo a la etapa de nuestra vida, para el niño el tiempo pasa lento, parece que no avanza, mientras que para el viejo, va demasiado rápido.
Nuestra mente guarda en los casilleros de la memoria, todos los hechos que ocurren en nuestro alrededor, es un registro inconsciente y conforma el bagaje de la experiencia. La vejez o senectud, es una etapa de la vida, que va desde el momento en que el organismo cesa de reproducirse, hasta que muere.
La senilidad nos ocasiona mala vista, articulaciones esclerosadas, corazones infartados, glándulas atrofiadas, dentadura estropeada y sistemas inmunitarios que ya no pueden evitar que los microorganismos nos invadan y desencadenen infecciones grave.
Sin embargo, lo más estresante son los impactos psicológicos: desengaños, frustraciones, decepciones, traiciones, envidia, celos, desengaños y lo más triste de todo, es que ni los recursos tecnológicos actuales, no lograrán evitar nuestra muerte.
Y así la vejez es la suma de la senectud biológica y de las consecuencias psíquicas, del percatarse de que la muerte se va acercando.
Se da de maneras diferentes en los distintos sujetos y está ligada a la forma en que se había encarado previamente la vida, el trabajo, las relaciones emocionales y los intereses.
El adulto que envejece se ve forzado a encarar la incertidumbre profesional y social, la variabilidad o desaparición de los afectos y la fragilidad de las relaciones con sus semejantes. En la vejez disminuye significativamente la capacidad física, se pierde el trabajo, la posición económica, mueren amigos y familiares, pérdidas que se viven con gran dramatismo, el tiempo subjetivo se acorta sensiblemente, sobre todo en los periodos largos como estaciones o años, hay conciencia de una mayor cercanía de la muerte.
No sólo se es viejo, sino que además se siente uno viejo, lo tratan como a un viejo y ve que sus contemporáneos mueren porque son viejos.
La vejez satisfactoria depende de mantener un modo de amar y crear, de guardar cierta imagen de sí mismo, de ser capaz de gozar de la existencia a pesar de los sufrimientos que ocasionan las separaciones y los golpes al narcisismo: el ser humano se enfrenta con la ambivalencia entre el deseo de vivir y la tendencia a abandonarse y dejarse morir.
Cuidarse suprimiendo todo lo agradable (sexualidad, comida, bebida) tal vez baje el colesterol y los triglicéridos, pero también baja el entusiasmo por la vida.
Actualmente se pone mucho énfasis en la “felicidad” y así se mide cuan felices son unas pocas naciones en el planeta y cuan infelices son la mayoría de habitantes en los países subdesarrollados. Últimos estudios muestran que las respuestas están muy poco relacionadas con la edad, el nivel social, el estado civil e incluso el estado económico.
El sentirse, feliz o no, está más bien ligado a un estado subjetivo. Lo que sí se ha comprobado es que las personas infelices, o que así se sienten, tienen una susceptibilidad mucho mayor a enfermedades y el curso de estas suele ser más largo y menos satisfactorio. De modo que existe una correlación muy clara entre felicidad y duración de la vida.
Si nuestra angustia por la muerte es enfermante, entonces refugiarse en el bálsamo de alguna religión lograr la paz. Sin duda, envejecer bien, es un arte, que debería ser enseñado desde la infancia. Una vejez con salud y sin discapacidad, no se construye desde los 50 años en adelante, sino desde la infancia.