“Aunque Lo masculino y lo femenino han sido los dos lados del gran dualismo radical, en realidad siempre se están entremezclando. El líquido se solidifica y el sólido se derrite. No existe ningún hombre completamente masculino ni ninguna mujer completamente femenina”Margaret Fuller.
Andrógino es el término con el cual se refiere a las personas en las cuales sus rasgos externos no son propios ni del sexo masculino ni femenino.
Fue Platón el que mencionó este término por primera vez en el libro “El Banquete“; allí definía a un ser especial que reunía en su cuerpo el sexo masculino y el femenino.
Para Jung, tal como explica ampliamente en su libro "Psicología y Alquimia", la androginia no es sino una proyección mental del sujeto a través de la cual quiere resolver las contradicciones inherentes a lo cotidiano. Freud, antes que él, había establecido que la situación de androginia, previa a la sexualización, corresponde a los primeros años de la creación y al estado prenatal en el que el sujeto carece de problemas y conflictos y, por tanto, es aquel estado que se recuerda como edénico y que se aspira a recuperar.
Marx decía que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como comedia. Así debía de ser también en el caso del andrógino. Al dramatismo del mito de la caída, de la separación sexual, de la división de sexos, debió seguir, ya en nuestros días, la parodia de la reconstrucción de la unidad andrógina en curiosas variantes de la sexualidad: travestismo, transexualismo, con sus modernas derivaciones, progresivamente más grotescas.
Es preciso encuadrar el fenómeno en su momento histórico. La cultura sexual de nuestros días deriva directamente de las pautas generadas a partir de la revolución sexual de los años sesenta. Se generan una serie de movimientos de liberación sexual; en el mismo contexto en el cual aparece la píldora y, por tanto, la posibilidad de una sexualidad no ligada necesariamente a la procreación, la relajación de las costumbres, la aparición de fenómenos aparentemente tan banales como la minifalda, la coeducación o la integración de la mujer en el mercado del trabajo.
La mujer, hasta entonces educada y formada para seducir al hombre, abandona ese arquetipo erótico social y empieza a competir con el hombre en los terrenos que hasta entonces le habían sido propios. Se diría que, a partir de ese momento, la polaridad de las relaciones hombre mujer, empieza a relajarse especialmente en algunos sectores que no se sienten seducidos por el nuevo tipo de mujer.
Esto coincide con un momento de avance de las técnicas de cirugía estética y con el aislamiento de las hormonas que contribuyen a la sexualización. Personas nacidas con defectos en el proceso de sexualización, o simplemente, con problemas psicológicos de identidad, aprovecharon estos avances para hacer realidad sus fantasías o sus anhelos más íntimos, apelando a la cirugía y a la ciencia allí donde la naturaleza no les había dado aquello que buscaban: la identidad sexual contraria.
Travestidos y transexuales hacen algo más que parecerse a mujeres, extreman hasta la caricatura los caracteres y rasgos de la feminidad, desde los eróticos hasta los psicológicos, aquellos que la sociedad tenía como arquetipos de la hembra.
Es difícil encontrar un travestido o un transexual que vista como una mujer común y corriente, casi unánimemente recurre a maquillajes y prendas extremas, e incluso a dotarse de unos rasgos sexuales desmesurados, en labios, pómulos, senos, fundamentalmente. Esto genera el interés de aquellos varones que se han visto decepcionados por el nuevo modelo sexual femenino y de ahí el interés de sectores crecientes de la población masculina por el transexualismo o el travestismo.
Salvador Dalí, el famoso pintor, se sintió atraído por uno de los primeros transexuales, Amanda Lear, en la que reconoció al segundo gran amor de su vida. Amanda Lear, en sus memorias, cuenta que Dalí, en cierta ocasión, le dijo: "Eres angélica, eres el ser perfecto, eres hombre y mujer a la vez". Dalí, perfecto conocedor del mito del andrógino, como otros grandes artistas del Renacimiento entre ellos Leonardo, a quien admirada, utilizó frecuentemente como modelos a figuras con los rasgos sexuales ambiguos e incluso, confiesa en distintas obras autobiográficas, que la atracción que sintió por su compañera durante 40 años, Gala, se debió a la visión de su espalda desnuda, que le sugería masculinidad.
Transexualismo y travestismo, con todo lo que tienen de legítimas opciones sexuales, no son más que muestras de la impotencia de la humanidad moderna por comprender e integrar el mito del andrógino, la incapacidad de vivirlo en su sentido metafísico y en sus implicaciones, no solo eróticas, sino, fundamentalmente, espirituales. Tales variantes no son sino una parodia, en ocasiones incluso grotesca, del andrógino primordial.
Lo que caracteriza a la naturaleza humana es que desarrolla su actividad cotidiana en el universo de la dualidad: bueno malo, blanco negro, positivo negativo, correcto incorrecto. Este lenguaje binario estaba ya implícito en el tema de la caída adámica: el fruto del que deriva la tragedia de nuestros primeros padres es el Árbol del Bien y del Mal, esto es, el árbol de la dualidad.
Uno de los motivos que encierra el mito del andrógino es el tránsito de la Unidad a la Dualidad, es decir, de la coindicencia de los opuestos, al conflicto entre los opuestos. Esta queda superada por el misterio de la conjunción, es decir, de la reintegración del ser en el estado primordial. De ahí la sacralización de la sexualidad que realizan distintas tradiciones, para las que el sexo tiene tres niveles: el puro goce, la procreación y la experiencia de la trascendencia; a éste último se refiere el tema del andrógino.
Andrógino es el término con el cual se refiere a las personas en las cuales sus rasgos externos no son propios ni del sexo masculino ni femenino.
Fue Platón el que mencionó este término por primera vez en el libro “El Banquete“; allí definía a un ser especial que reunía en su cuerpo el sexo masculino y el femenino.
Para Jung, tal como explica ampliamente en su libro "Psicología y Alquimia", la androginia no es sino una proyección mental del sujeto a través de la cual quiere resolver las contradicciones inherentes a lo cotidiano. Freud, antes que él, había establecido que la situación de androginia, previa a la sexualización, corresponde a los primeros años de la creación y al estado prenatal en el que el sujeto carece de problemas y conflictos y, por tanto, es aquel estado que se recuerda como edénico y que se aspira a recuperar.
Marx decía que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como comedia. Así debía de ser también en el caso del andrógino. Al dramatismo del mito de la caída, de la separación sexual, de la división de sexos, debió seguir, ya en nuestros días, la parodia de la reconstrucción de la unidad andrógina en curiosas variantes de la sexualidad: travestismo, transexualismo, con sus modernas derivaciones, progresivamente más grotescas.
Es preciso encuadrar el fenómeno en su momento histórico. La cultura sexual de nuestros días deriva directamente de las pautas generadas a partir de la revolución sexual de los años sesenta. Se generan una serie de movimientos de liberación sexual; en el mismo contexto en el cual aparece la píldora y, por tanto, la posibilidad de una sexualidad no ligada necesariamente a la procreación, la relajación de las costumbres, la aparición de fenómenos aparentemente tan banales como la minifalda, la coeducación o la integración de la mujer en el mercado del trabajo.
La mujer, hasta entonces educada y formada para seducir al hombre, abandona ese arquetipo erótico social y empieza a competir con el hombre en los terrenos que hasta entonces le habían sido propios. Se diría que, a partir de ese momento, la polaridad de las relaciones hombre mujer, empieza a relajarse especialmente en algunos sectores que no se sienten seducidos por el nuevo tipo de mujer.
Esto coincide con un momento de avance de las técnicas de cirugía estética y con el aislamiento de las hormonas que contribuyen a la sexualización. Personas nacidas con defectos en el proceso de sexualización, o simplemente, con problemas psicológicos de identidad, aprovecharon estos avances para hacer realidad sus fantasías o sus anhelos más íntimos, apelando a la cirugía y a la ciencia allí donde la naturaleza no les había dado aquello que buscaban: la identidad sexual contraria.
Travestidos y transexuales hacen algo más que parecerse a mujeres, extreman hasta la caricatura los caracteres y rasgos de la feminidad, desde los eróticos hasta los psicológicos, aquellos que la sociedad tenía como arquetipos de la hembra.
Es difícil encontrar un travestido o un transexual que vista como una mujer común y corriente, casi unánimemente recurre a maquillajes y prendas extremas, e incluso a dotarse de unos rasgos sexuales desmesurados, en labios, pómulos, senos, fundamentalmente. Esto genera el interés de aquellos varones que se han visto decepcionados por el nuevo modelo sexual femenino y de ahí el interés de sectores crecientes de la población masculina por el transexualismo o el travestismo.
Salvador Dalí, el famoso pintor, se sintió atraído por uno de los primeros transexuales, Amanda Lear, en la que reconoció al segundo gran amor de su vida. Amanda Lear, en sus memorias, cuenta que Dalí, en cierta ocasión, le dijo: "Eres angélica, eres el ser perfecto, eres hombre y mujer a la vez". Dalí, perfecto conocedor del mito del andrógino, como otros grandes artistas del Renacimiento entre ellos Leonardo, a quien admirada, utilizó frecuentemente como modelos a figuras con los rasgos sexuales ambiguos e incluso, confiesa en distintas obras autobiográficas, que la atracción que sintió por su compañera durante 40 años, Gala, se debió a la visión de su espalda desnuda, que le sugería masculinidad.
Transexualismo y travestismo, con todo lo que tienen de legítimas opciones sexuales, no son más que muestras de la impotencia de la humanidad moderna por comprender e integrar el mito del andrógino, la incapacidad de vivirlo en su sentido metafísico y en sus implicaciones, no solo eróticas, sino, fundamentalmente, espirituales. Tales variantes no son sino una parodia, en ocasiones incluso grotesca, del andrógino primordial.
Lo que caracteriza a la naturaleza humana es que desarrolla su actividad cotidiana en el universo de la dualidad: bueno malo, blanco negro, positivo negativo, correcto incorrecto. Este lenguaje binario estaba ya implícito en el tema de la caída adámica: el fruto del que deriva la tragedia de nuestros primeros padres es el Árbol del Bien y del Mal, esto es, el árbol de la dualidad.
Uno de los motivos que encierra el mito del andrógino es el tránsito de la Unidad a la Dualidad, es decir, de la coindicencia de los opuestos, al conflicto entre los opuestos. Esta queda superada por el misterio de la conjunción, es decir, de la reintegración del ser en el estado primordial. De ahí la sacralización de la sexualidad que realizan distintas tradiciones, para las que el sexo tiene tres niveles: el puro goce, la procreación y la experiencia de la trascendencia; a éste último se refiere el tema del andrógino.
5 comentarios:
ENTONCES TIENE RAZON PACHANO JA,JA,
Hola gallega!!! seguro tiene razon!!!
este señor no tiene ni puñetera idea, de lo que es una persona transexual, una mujer u hombre transexual no tiene nada que ver nada, con el travestismo,
que pena que aun haya gente que escriva desde la ignorancia, creyendose que sabe, una mujer transexual va vestida como cualquier Mujer normal y corriente, soy mujer transexual y se lo que digo, ud señor que escribe este "articulo" es un autentico retrogrado, baf.... es que no merece la pena decir nada mas a personas como esta
HOLA TOMSON AMIGA QUERIDA!!!
TODO BIEN? AMIGA QUERIDA!!!
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