El deseo es una fuente inagotable, renovable, indomable, que oculta y clandestina se revela entre decires y no decires, en sensaciones orgánicas como cosquilleos en el estomago, las mariposas en la panza de los enamorados, un sentimiento de hinchazón en los pulmones y en el corazón como el que siente el padre que abraza con amor a su hijo; cada vez que sentimos es porque hizo su aparición el deseo, es el que a su manera nos informa que estamos vivos, que el amor existe, que todavía podemos emocionarnos, conmovernos, quedarnos sin palabras, o como Dice el dicho popular: “La pucha que vale la pena estar vivo”.
Deseo que se mezcla en nuestro hablar, que se desliza a través de las palabras, que no se deja atrapar, como si apreciara sentirse un pájaro libre, que sube desde el pecho.
A veces se piensa para no desear, cuando nos enfrascamos en ese rumiar monótono, pesado y conformista, que en soledad nos atormenta con pensamientos que apelan a la racionalidad, a sacarnos el problema de lo que sentimos, a justificar nuestro miedo a sentir, a querer, a desear, a amar. En oportunidades se comparte con otros, es la soledad en compañía, donde se habla para no decir nada, no decir nada del deseo.
El pensamiento obsesivo se opone al deseo, No aguanto mas, lo/a llamo y le digo lo que siento, Impulsa el deseo, y un pensamiento conservador y monótono que se opone: Mejor ahora no, a ver si...
El deseo se desliza en nuestros dichos pero se realiza en la acción. El deseo es verbo en presente, es un Te amo ahora y sin reproches. El pensamiento obsesivo, el rumiar se expresa en tiempo pasado o futuro, así el deseo que es verbo es rememorado nostálgicamente en un pasado que ya fue: pensar lo/a quise tanto o postergarlo a un futuro incierto: Sé que algún día la/o voy a encontrar y entonces la/o abrazare y.... Al deseo debe escuchárselo en presente, en el momento que se presenta y dice presente.
Alguien que halla transitando un tratamiento psicoanalítico, habrá notado como a partir de cierto momento el pensamiento obsesivo emprende la retirada, comenzando a ganar terreno el deseo. El sujeto se siente más libre, sin las ataduras que aprisionaban sus sentimientos, se permite sentir, llorar, reírse de sí mismo. No comprende como pudo haber llevado la vida que llevo, esa forma de vivir la vida que ahora siente como ajena, sintomática, vida no vivida, porque no pedí ayuda antes, pensé en consultar un montón de veces, pensé que podía solo, no se, ahora siento, todos esos años.
La persona comienza a hacer la experiencia del deseo, se asombra, se siente parte de la vida, protagonista, responsable de su sentir, siente el ímpetu vivificador del deseo. Ya no vivirá la vida como una pena, sino que podrá decir: “Vale la pena vivir”.
“Es muy difícil conciliar amor y cabeza.
En mi caso ni siquiera somos amigos”. Woody Allen.
Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama. Miguel de Cervantes
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