El trastorno autista está incluido dentro de los
trastornos generalizados del desarrollo (TGD). El autismo tiene tres
características principales:
Alteración cualitativa de la
interacción social
(falta de contacto ocular, expresión facial, incapacidad para establecer
relación con compañeros o familiares)
Alteración cualitativa de la
comunicación
(retraso o ausencia en la adquisición del lenguaje oral, alteración en la
entonación, repetición inmediata o tardía de lo escuchado previamente)
Patrones de comportamiento, actividades e intereses
restringidos, repetitivos y estereotipados (unión o juego con juguetes no
comunes, coleccionismo rígido, rituales sin meta establecida, resistencia al
cambio en el entorno).
Cuatro de
cada cinco personas con autismo son hombres aunque las mujeres que se ven
afectadas por el trastorno presentan síntomas y retraso mental más grave.
Generalmente, el inicio de los síntomas aparece antes de los 3 años.
Generalmente, el inicio de los síntomas aparece antes de los 3 años.
El origen del autismo es desconocido. Hasta ahora las investigaciones
indican que la causa de aparición de este trastorno podría ser de origen
biológico aunque existen diferentes teorías explicativas al respecto. Puesto
que los científicos no han encontrado un origen específico del autismo, su
evaluación y tratamiento se vuelve más complejo puesto que algunos de los
síntomas que se exponen sobre el autismo también pueden aparecer como síntomas
en otros trastornos o en niños de desarrollo normal.
Tratamientos psicológicos
Gran
parte de los síntomas del autismo
son psicológicos por lo que la
intervención en ellos desde un enfoque psicopedagógico
y conductual es importante para su
adaptación a los diferentes ambientes por donde se mueve.
Las
investigaciones científicas que han realizado sus estudios con diseño de grupos
y de caso único han demostrado la
eficacia de las intervenciones globales donde los niños autistas aprenden habilidades a través de paquetes de
técnicas basadas en el análisis aplicado de la conducta. Éstas sirven para que
los autistas sepan adaptarse a su entorno y además han demostrado que pueden
aumentar aproximadamente unos 20 puntos su coeficiente
intelectual.
Por otro
lado, las intervenciones específicas muestran la eficacia de las técnicas psicológicas cuando se enseñan de
manera adecuada e intensiva. Es eficaz, por ejemplo, el uso de reforzadores,
los cuales dependen de cada niño y de la aceptación de ellos en el entorno
habitual. Las diferentes técnicas aplicadas han resultado de gran ayuda, al
enseñar conductas básicas como mirar a los ojos o imitar conductas adecuadas,
al enseñar lenguaje (repetir palabras, pedir adecuadamente, nombrar objetos,
hacer o responder preguntas, usar preposiciones correctamente,) o al enseñar
habilidades sociales como iniciar y mantener conversaciones.
Respecto
a este último punto, está demostrado que la mayoría de los niños autistas no
realizan interacciones sociales ya que no poseen la habilidad para formular
preguntas y, por lo tanto, se les debe enseñar a realizarlas de manera
explícita. Varios estudios realizados recientemente con técnicas conductuales
nos muestran cómo los niños con autismo
pueden ser capaces de aprender preguntas, realizarlas de forma independiente y
generalizarlas a su ambiente.
A todo
esto, independientemente del tipo de intervención, los mejores resultados se
han dado cuando los padres colaboran con la intervención para ganar en
mantenimiento y generalización de la
terapia, pudiendo aprender algunas técnicas de conducta y aplicarlas bajo
supervisión del profesional.
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